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Priscila Estrada: en búsqueda de la quietud y el disfrute

Un pasillo largo y angosto nos introduce al interior de la casa amarilla en una esquina de Paternal hasta una puerta de vidrio repartido. Una vez adentro, la sensación es de estar entrando al patio de otro país o a una casa antigua de Buenos Aires teñida con la cultura de un pueblo colonial mexicano.

Colgadas desde la terraza hacia el patio, las obras tejidas de Priscila se despliegan como un manifiesto enorme, imponente y silencioso. Adentro, tres telares de madera de cuadros descansan con los hilos entrelazados y los tejidos a medio hacer. Priscila, junto a su perro Ramón, nos muestra sus creaciones más recientes y nos cuenta acerca de su trabajo, su filosofía y su historia con el telar.

¿Cómo es un día en el taller?

Llego y siempre saludo a la casa. Me tomo un té y me siento en alguno de los telares que están montados o hago un montaje nuevo. Paso todo el día hasta las 6 de la tarde acá. Siempre tengo qué hacer: enhebrar un telar, tejer, arreglar algún hilo cortado, o quizás terminar algo que tengo empezado. Una vez que termino de tejer, saco la pieza, la reviso, la lavo y la plancho y corto los excedentes. Y al siguiente, otro proyecto. Siempre pasa algo, en todo momento. Los martes tengo alumnas todo el día. Las clases me hacen muy feliz, es muy enriquecedor. Cuando voy, dejo el taller detonado. Me despido del taller, y al día siguiente ordeno todo y empiezo desde cero.

¿Cómo transcurre ese tiempo en el que estás tejiendo?

Pasa volando. A veces cuando tengo muchos pendientes, muchos libros abiertos, muchos telares por tejer, me pongo timers en el celular para que me vayan dando noción de dónde estoy. Sino se me pasa el tiempo. Cuando estoy en el taller, veo reflejado en el tejido lo que me estaba pasando en ese momento. No siempre son momentos lindos, a veces son preocupaciones y se van al telar; y eso a veces hace que una no sea tan rápida o eficiente. Cuando estás contenta las cosas fluyen un poco más fáciles, pero las telas, a fin de cuentas, me recuerdan mucho lo que estaba pasando: qué es lo que pensaba cuando tejía eso, dónde estaba, qué telar fue.

¿Cómo es tu proceso al empezar una pieza nueva?

Para empezar, todo lo anoto. Hay mucha matemática en cada tejido. El proyecto empieza en un papel. Después paso al urdidor, de ahí al telar, y a enhebrar. La planificación va desde antes, porque cuando ya se cortó es más difícil cambiar las cosas. Me encanta la previa, el armado, el cálculo, cortar, enhebrar. Lo disfruto muchísimo. Después, cuando tengo que tejer 15 o 20 metros, es un poco más monótono.

¿Qué sentís cuando entregás la pieza final?

El momento de entrega para mí es muy importante. No me gusta que las cosas se queden en el taller conmigo. Siempre he pensado que tienen que irse, viajar y servir. Alguien tiene que sentarse, taparse, ensuciarlas, lavarlas… ¡vivirlas! No me apego a ellas, las dejo ir. Me da mucha alegría que al otro le guste. Siento que la otra persona le da un nuevo sentido. No me gusta que lo traten como si fuera frágil. Sí que valoren el trabajo artesanal, claro, pero que viva.

Contás que la casa tiene una presencia propia y la saludas al entrar y salir. ¿Cómo definirías la relación con tus telares?

Son como una extensión mía… Cuando me mudé, en algún momento consideré deshacerme de uno de mis telares porque pensé que quizás no tenía el espacio que necesitaba. Y la lógica era deshacerme del más pequeño. Pero, ¡no! Ese fue el primero que compré. Y pensaba: “Bueno este otro, de 8 cuadros… No, tampoco. Y este otro… ¡tampoco!” No hay manera. Cada uno tiene una historia. Quizás para otra persona son iguales, pero no para mí, reaccionan distinto, y aunque todos tejen igual, sirven para cosas diferentes.

¿Cómo definirías tu momento artístico actual? ¿Cuál es la intención detrás de la búsqueda que estás haciendo ahora?

Siempre quise inspirar. Creo que de alguna manera lo he logrado, aunque sea algo chiquito. Pero siempre he sentido que mi approach a los telares fue muy espontáneo, nunca planeé nada. Un día me compré un telar chiquito para mi departamento y de repente estoy acá, con todo esto. En este momento de mi oficio me gustaría encontrar una madurez. No sé bien cómo, tampoco lo he planeado, pero sé que cuando uno lo piensa, va hacia allá. Siento como si viniera apagando incendios, detrás de algo. Ahora quiero disfrutarlo más, una madurez de más quietud y disfrute.